Además de los acontecimientos del calendario lunar -que rige el ritmo de vida del musulmán- la celebración del año nuevo es una efeméride del éxodo del profeta Mohammed (Mahoma, para el castellano) desde La Meca con destino a Medina. Este suceso, que pasaría a la historia como la Hégira, se dio alrededor del año 622 de la era cristiana, a partir del cual se empieza a contar lo que sería el año cero de la era islámica.
Estamos entonces en el 1434 de las cuentas de este calendario y la fecha de hoy no es celebrada como una festividad religiosa como se puede presumir en otras culturas, ni mucho menos hay una oración especial de la cual se pueda formar parte. No es navidad. Nadie va a romper nada.
Perdón, pero ¿a qué vinimos entonces?
Crónica de una no-celebración (?)
No sabía a quién abrazar o desear un feliz año nuevo.
Llegué a mediodía como me dijeron pero no encontré a nadie. En la
puerta, Juliana, la mujer peruana convertida al islam encargada del mantenimiento del centro de oración de la Asociación Islámica del Perú, me dio la bienvenida y me invitó a sentarme mientras esperaba a mi entrevistado, que ya no tardaba en llegar.
Esperé y empecé a mirar el lugar tan inusual al que había llegado.
El centro de oración musulmán es una gran casona vieja que ocupa toda una esquina en el distrito de Magdalena. Tan solo a dos cuadras se encuentra el parque Túpac Amaru II, el mercado municipal de Magdalena y la iglesia salesiana del Sagrado Corazón de Jesús. Por dentro, el lugar tiene un jardín enorme y baños a los costados, donde los fieles entran para lavarse los pies luego de hacer sus oraciones. Es un espacio cómodo y pleno, de esos que te invitan a pensar hacia adentro por el único ocio de hacerlo. Como estar en una cafetería sin taza de café, sin revistas, sin cigarro, sin otros comensales y sin extrañar la ausencia de todo eso.
El cuarto que ocupa la entrada principal es la sala de oración. Es lo primero que se ve luego de pasar por la puerta de metal. Es un cuarto grande sin muebles, cuyo suelo está cubierto de alfombras que evidencian una procedencia persa. Unos cuadros y alfombras con imágenes de La Meca y con palabras en árabe adornan las paredes de esta sala. Solo se puede acceder a esta con el fin de meditar y orar. Solo se puede acceder con los pies descalzos.
Hay una cuestión muy importante respecto a los pies en la religión musulmana. Luego de que yo me sentara en una silla fuera de la sala, llegaron algunos hombres para empezar la oración del día. Es un ritual aparte el hecho de prepararse para entrar a orar. Uno se sienta fuera del salón de oración y empieza a sacarse los zapatos, los cuales dejan por partes en los estantes al lado de la puerta o solamente en el suelo del marco de la puerta de la sala. Hacen uso de talco para los zapatos y también para sus pies, ya que algunos incluso querían hacer sus oraciones con el pie desnudo en las alfombras.
Todo limpio, todo muy ordenado.
La sala tiene sus propias reglas. Nadie puede entrar con zapatos. Todos deben de guardar silencio para respetar el rezo de los demás. Las mujeres no pueden entrar, hay una sala aparte para que ellas puedan orar.
Casi al mismo tiempo cuando los hombres habían tomado asiento en el espacio de la sala, el Imam apareció para empezar los cánticos de llamada a la oración del mediodía. La lectura del Corán se realiza en gran parte a través de recitales. Hay incluso un concurso a nivel internacional para los niños que logran aprenderse y cantar todo el Corán, como un símil de la competencia del Spelling Bee norteamericano.
El canto comienza y yo sigo desde afuera observando todo. Los hombres, todos, han bajado la cabeza, como si se tratase de una postura de sumisión ante Dios. El Imam sigue recitando mientras lee el libro sagrado desde el otro lado de la sala, como en un cuarto aparte. El Imam es el único que está parado. Su sola presencia captura lo enigmático del hombre islámico: un hombre de barbas largas vestido con un hábito negro y un turbante en la cabeza que recita en un idioma ajeno a nuestra lengua romance.
Mientras el Imam proseguía con su cántico, llega finalmente Damin, mi entrevistado, para absolver todas mis dudas acerca de lo que acabo de presenciar.
Toda esta ceremonia era solamente la oración del día...
Damin Awad
Damin Awad, el presidente de la Asociación Islámica del Perú, difícilmente refleja los 67 años de edad que lleva consigo. Mucho menos los 40 años que viene viviendo en el Perú, considerando que en el habla de su castellano hay aún vestigios de una lengua materna árabe.
Lo primero que hace Damin es disculparse por llegar tarde. Le dije que no tenía porqué disculparse, que era él quien estaba haciéndome el favor. Le comenté además acerca de lo poco que pude ver en la sala de oración, y si aquella era la celebración del año nuevo musulmán, o el sermón del que había escuchado.
“Año nuevo es solo una fecha en el calendario, no es una fiesta religiosa como los de cumplir con los pilares sagrados”, menciona Damin, quien además me cuenta que el año nuevo es solo una tradición de su calendario, pero no tiene ninguna connotación religiosa, social o comercial.
Le pregunto si no es en año nuevo que celebraban el éxodo de Mohammed hacia Medina, pero Damin insiste en que solo es una fecha en el calendario, no necesariamente un criterio para la festividad religiosa.
Para dejar claro su punto, Damin pone como ejemplo el Ramadán, la más grande –y tal vez la más conocida- festividad religiosa del Islam. El Ramadán es la celebración del fin del mes del ayuno, uno de los pilares sagrados de la religión musulmana así como la oración, la limosna, la profesión de la fe y la peregrinación. Al final del Ramadán si existe una celebración, ya que se festeja el día porque Dios nos dio salud para poder ayunar, dice Damin.
Mi terquedad me obliga a reconfirmar sobre el año nuevo. Era la razón por la que estaba ahí. Le pregunto entonces si aunque sea el año nuevo calendario es feriado para la comunidad musulmana. Entre risas, Damin menciona que no.
Con las cosas más claras acerca de la no celebración del año nuevo, quise saber cómo Damin percibía -desde su mirada musulmán- algunas de las celebraciones católicas tan conocidas en nuestro país, como el Señor de los Milagros, por ejemplo.
La respuesta de Damin fue sencilla: “Tenemos que participar con nuestros amigos católicos en sus fiestas religiosas. Es necesario saludarlos y felicitarlos. Tenemos que tener siempre esta buena amistad con los amigos católicos y judíos”.
Mi entrevistado afirma ser amigo cercano de los líderes religiosos del país, y dice mantener una buena relación con todos ellos. “Es una cuestión de vivir en armonía. El Islam no es para árabes o peruanos, es para todos, es una conducta de obedecer a Dios”.
Las puertas del centro de oración están abiertas para el público en general y Damin me extiende la invitación de volver el sábado por la tarde, donde hacen reuniones en español para discutir algunos temas relacionados con el Corán y su religión. Le agradezco y apago la grabadora.
Y empezamos a hablar sobre otras cosas tanto más mundanas.
Junith
Junith es un joven musulmán que tiene apenas un mes viviendo en el Perú, luego de llegar desde Pakistán. Con la ayuda de gente de la comunidad musulmana, Junith ha podido habilitar un puesto de shawarmas en el mercado municipal de Magdalena, no muy lejos del centro de oración.
Ya que Junith no habla español, gran parte de las cosas que supe de él fue gracias Sebastián, su ayudante de cocina colombiano y compañero de habitación. Juntos son realmente una pareja bastante extraña. Junith se muestra muy reservado y concentrado en lo que hace. Muchas de las frases que conoce del español son precios, números e información clave acerca de su producto. Sebastián me comenta que Junith es muy receloso con sus acciones y muy cuidadoso con sus memorias.
Las shawarmas son una suerte de tacos (tortilla enrolladas, si quieren) de origen árabe. Son bastante curiosos. La carne -que puede ser res, pollo o cordero- es colocada en una barra de acero vertical, que da vueltas alrededor de una flama mientras se asa. Por tener un proceso tan particular para su cocción, la shawarma llama la atención de los transeúntes, quienes se detienen a preguntarle a Sebastián y Junith acerca del precio y de la forma cómo se sirve, o tal vez solo para contemplar un rato más como la carne da vueltas alrededor de la flama.
Y todos veíamos como la carne daba vueltas, como un mundo.
Como varios felices años nuevos, así.
El día del año nuevo musulmán fue un día más del montón para Junith. Se pasó el día entero en su puesto desde la 1 de la tarde hasta cerca de las 10 de la noche cuando el minimarket que le alquila el espacio tiene que cerrar. Junith se despide porque a la mañana siguiente deberá levantarse muy temprano.
Preparar shawarmas no es tan fácil como parece.
Todas las mañanas -cuenta Sebastián- Junith se levanta temprano para preparar la carne que van a poner a asar para la venta del shawarma. Además de ciertas especias para sazonar la carne, el proceso de preparación no sería en absoluto especial si no fuera porque los musulmanes solo pueden comer ciertas carnes debidamente sacrificadas de acuerdo a los mandamientos del Corán. La mañana entera de año nuevo, entonces, fue empleada por Junith para realizar sus oraciones diarias y preparar debidamente la carne que se dispondría a vender más tarde.
Así pues celebra un musulmán el año nuevo su calendario, sin mayores sorpresas ni contratiempos y trabajando como es debido. Ya habrán otras fechas para celebrar, con gustos comerciales de por medio tal vez, pero el musulmán no tiene otra costumbre que reunirse para el agasajo social de recibir, tal vez, un día más de vida para el ayuno sagrado.